domingo, 4 de abril de 2010

NO ME FALLES


Cuando salí de casa, estaba atacada entre tanto pensamiento. Sólo tenía que caminar tres cuadras para llegar a la plaza donde nos íbamos a juntar… ¿Con quién? Prefiero ni decir el nombre en este momento, pues la mano podría empezar a temblarme; empero, diría que es el nombre más dulce que alguna vez haya pronunciado, como si hubiese sido creado para el deleite de mi modulación, para que mientras una lo fuera pronunciando, los labios ensalzaran al creador de tal belleza.
Me es curioso decir que no es convencional (¿O será que una ve tan único al hombre que quiere?). No es basto para vestirse, pero tampoco es refinado. Su ímpetu por parecer de una escala social más alta, ese deplorable afán de ser alguien que no eres me fue matando la ilusión, y, a la vez, me fue convenciendo de que el dicho “cuanto tienes, cuanto vales” esta presente siempre, lo quiera uno o no. Asimismo fue que llegué a la plaza y me senté, cuestionando esta sensación de amor/odio que tan fácil logró aflorar en mí desde que lo conocí.
Llevaban ya diez cigarros por mi boca y el reloj había avanzado lo suficiente como para que se hubiese puesto el sol. En mi espera (casi eterna), pude ver a los niños columpiándose, los borrachos hablando solos, acostándose en las bancas, y como las parejas se besaban a vista y paciencia de mi -incluso llegué a pensar que lo hacían apropósito para restregarme mi soledad.
Cansada ya de ver sus demostraciones públicas me paré, y me fui en dirección a mi casa, aunque traté de disimular mi cautela al mirar en cada calle para asegurarme que ya no vendría. ¡Qué tonta! Que imbécil de mi parte pensar que era único, que iba a llegar; como si nunca hubiese sabido que no se debe idealizar a las personas, que es sólo un ser humano, al igual que yo, con la única excepción que él no siente lo mismo por mi como yo lo siento por él.
Interminables las calles se me presentaron, como nunca antes, y tratando de contenerme llegué a mi casa y subí la escalera, al baño ni quise pasar, sólo hubiese servido para darme lástima al mirarme al espejo. Entrando a mi pieza me tiré en la cama, sin escuchar ningún tipo de auto-consejo aplicable del tipo “hay muchos peces en el mar” que una piensa, sólo tenía el sabor de los diez cigarros que me fumé, conservando la misma sensación de amor/odio -con más ganas si de odiarlo-, y no contestarle el teléfono cuando me llame para pedirme disculpas.
(Ojalá él estuviese aquí).